Sentado en un banco, muy triste, El Hombre Pelo pensó que, por lo menos, ahora sabía que su Amada no era producto de la imaginación. Ella existía y no pararía hasta encontrarla y declararle su amor. Así que, se puso a andar en busca de la tienda de gafas, del anuncio en el que aparecía, para que le dijesen cómo localizarla.
Ese Amor que se le escapaba cada vez que estaba a punto de conseguirlo. Muchas veces, pensaba que podría ocurrir que, el día que pudiese hablar con ella, a lo mejor no le gustaba su forma de vida. O quizá, ella tuviese una voz desagradable que le rompiese todo el encanto.
No. Esto era imposible. Su voz se movería como ella, casi cantando, volando por el aire. El amor hace que imaginemos estas cosas.
Pero Pelo seguía en manos del vagabundo, en la alcantarilla en la que había caído y no se le ocurría una manera de salir de allí. Así que, le preguntó al vagabundo: "¿Tú has estado alguna vez enamorado?". Al hombre le cambió la cara al oírle decir esto. Se quedó callado un buen rato, con la mirada perdida en la otra pared de la cloaca. Sí, él también estuvo enamorado una vez, pero de eso hacía tanto tiempo que casi se le había olvidado.
Una lágrima le fue cayendo desde el ojo hasta los labios. Durante unos momentos se vio con ella en su casa, felices. Apenas recordaba su cara. Habían pasado muchos años. Primero la guerra les había separado, y luego alguien le dijo que ella había muerto, entre los muros de una casa destruida por las bombas. ¡Maldita guerra!. Al oír que ella había muerto, creyó volverse loco y se puso a andar sin rumbo, sin saber a dónde iba. Ya nada le importaba.
Durante meses estuvo yendo de un pueblo para otro, comiendo lo que encontraba en la basura, durmiendo en rincones para que nadie le viera. Por fin, llegó a una ciudad grande. Pensó que allí tendría más posibilidades de empezar una vida de nuevo. Pero no fue así. Con su aspecto nadie se le quería acercar. Todos le rehuían. Buscar trabajo era imposible. Siguió cogiendo algo para comer en la basura.
Un día, vio como unos obreros abrían una tapa en el suelo, y se metían por debajo de la calle. Estuvo observándoles sin que le vieran. Cuando se fueron a comer, aprovechó para entrar y ver qué era lo que había allí. Se quedó alucinado. Allí abajo existía otra ciudad. Una ciudad con su río y todo. Un río de agua sucia, que olía muy mal según entrabas, pero al que, según pasaba el tiempo, te ibas acostumbrando. Pensó que podría ser un buen lugar para cobijarse del frío y de la lluvia. Así que trazó un plan.
Por la noche volvería con lo poco que tenía escondido, en una casa abandonada de la ciudad. Una casa sin techo y sin puertas.
En un carrito robado del hipermercado, llevó todas sus pertenencias hasta la boca de su nuevo hogar. Un viejo colchón, unas mantas rotas, una botella de cristal con agua, unos cartones y poco más. Unas luces, con muy poca fuerza, iluminaban el largo pasillo por el que iba el río de agua sucia. Allí no había ni noche ni día, pero a él le empezó a entrar el sueño. Cayó rendido.
El ruido de las risas de las ratas le despertó. Se levantó y salió a la calle. Si antes todos se apartaban, ahora le miraban con desprecio. Incluso algunos le insultaban. Su olor era nauseabundo y su aspecto demacrado.
Las veces que, a lo largo de los años, salía al mundo exterior era para coger comida y agua para beber. Con el paso del tiempo, se convirtió en una habitante del mundo inferior. Fuera ya no tenía nada ni nadie que le hiciese volver. Estaba atrapado.
El Hombre Pelo le miró con pena. Y él que pensaba que estaba perdido. Este hombre sí que estaba perdido. Le volvió a mirar y le dijo: "Yo te ayudaré". "No quiero ayuda, sólo un poco de conversación. Y que me cuentes un cuento antes de dormir". Pelo no podía negarse. Le contó una de sus aventuras y, el vagabundo, poco a poco, fue cerrando los ojos hasta quedarse dormido.
Aprovechando ese momento, Pelo se escapó. Buscó la salida. Cuando respiró el aire de la calle no se lo podía creer. Era libre de nuevo. Él no estaba atrapado por pensamientos negativos, como el vagabundo. Él tenía amigos y una mujer a la que amaba, aunque ella no lo supiese.
Como era de noche, empezó a buscar un lugar dónde dormir. A su lado pasó una niña agarrada de la mano de su madre. Llevaba unas botas con flecos colgando. Al pasar, por donde estaba Pelo, uno de esos flecos le enganchó y se fue en la bota de la niña. Cuando entró en la casa, se quedó muy callado para que no le vieran. La niña se quitó las botas. Pelo aprovechó para meterse dentro de una de ellas y así esconderse a dormir. Olía un poco a queso, pero después del olor de la alcantarilla, aquello era un perfume exquisito.
Ilustración: Cristina Llorente
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