Como era de noche, el Hombre Pelo empezó a buscar un lugar dónde dormir. A su lado pasó una niña agarrada de la mano de su madre. Llevaba unas botas con flecos colgando. Al pasar, por donde estaba Pelo, uno de esos flecos le enganchó y se fue en la bota de la niña. Cuando entró en la casa, se quedó muy callado para que no le vieran. La niña se quitó las botas y Pelo aprovechó para meterse dentro de una y así esconderse y dormir. Olía un poco a queso, pero después del olor de la alcantarilla, aquello era un perfume exquisito.
Se quedó dormido inmediatamente, los últimos días habían sido muy agitados. Soñó con paisajes llenos de flores, con abejas que hacían miel. Con pájaros que hacían música mientras volaban. Con playas enormes en las que se bañaba rodeado de amigos, de niños que saltaban las olas y se reían constantemente. Soñó que estaba tumbado mirando las nubes pasar. Hacían muchas formas caprichosas. Tan pronto parecían montañas con lagos, como se transformaban en una manada de elefantes, que iban por la llanura poblada de árboles. También aparecían barcos navegando hacia tierras lejanas. Incluso piratas buenos. Y unas cuantas chicas.
Durante un tiempo pareció que no soñaba, que solamente descansaba profundamente. Por fin podía descansar de verdad.
De pronto, algo interrumpió su descanso. Algo enorme se dirigía hacia él. No podía evitarlo. Se apartó contra la pared del zapato en el que se había quedado dormido la noche anterior y esperó a ver qué pasaba.
Oyó voces fuera del zapato. "¡Qué bien, Luchía, ya te sabes poner los zapatos tú sola!" "¿Quieres que te enseñe a atártelos?". "¡Yo puedo, yo puedo sola!".
De pronto, el Hombre Pelo, se dio cuenta de que se había quedado atrapado en el zapato y de que no podía salir. Luchía empezó a andar. Prefirió no moverse de donde estaba para que no le despachurrase. En ese rincón no estaba mal. Sintió como la niña corría por las calles, cantando una canción muy alegre. Finalmente se paró y anduvo más despacio.
Ahora había muchas voces parecidas que gritaban muy contentas y le decían "¡Hola, Luchía!". Una voz de adulto se oyó por encima del griterío: "¡A clase!". Había llegado al colegio subido en el zapato de Luchía.
Después de un buen rato, Pelo ya no podía más y empezó a moverse. Eso le hizo cosquillas a Luchía, que empezó a rascarse metiendo un dedo dentro del zapato. Pelo la esquivó como pudo y se quedó quieto. Pero, al rato, volvió a moverse para intentar salir. La niña metió de nuevo el dedo en el zapato y se enganchó con lo que ella pensaba que era una lombriz y le puso encima de la mesa, junto a su cuaderno.
"¡Hola!" fue todo lo que se le ocurrió decir al Hombre Pelo, moviendo sólo una mano para saludar y dejando todo el cuerpo quieto para no llamar demasiado la atención. Esa niña era muy guapa y muy simpática, pensó. No me va a hacer daño.
"¡Hola!" Le respondió, como si fuese normal hablar con un pelo. "¿De dónde vienes?". "De tu zapato. He dormido toda la noche en él y esta mañana no me dio tiempo a salir".
"¡Qué divertido! ¿Me ayudas a hacer los deberes?" Pelo no podía decir que no. "¿De qué se trata?". "Tengo que dibujar una historia que me invente".
Otra cosa no tendría, pero historias Pelo tenía muchas. Así que le empezó a contar su aventura con Águila en el restaurante. Lucía se reía al oír lo que decía. La profesora se acercó a preguntarle qué le hacía tanta gracia. "Es que me estoy inventando una historia muy graciosa". "Pues no te rías tan alto que distraes a tus compañeros" "Vaaaale", le respondió mientras tapaba al Hombre Pelo con una hoja de papel.
Luchía dibujó todos los detalles de la historia que le contaba Pelo. Cuando le entregó el trabajo a la profesora, le pareció tan bonita que le pidió que se la contase a todos sus compañeros. Pelo la estaba mirando desde la mesa y era todo oídos. La niña se puso a narrar lo que había escuchado a Pelo, pero añadió un par de cosas más. Como, por ejemplo, que una niña, casualmente parecida a ella, ayudaba a escaparse a Águila. Lo cual podría haber sido verdad, porque Pelo no pudo ver lo que pasó exactamente, entretenido como estaba en hacer creer al cocinero que había un fuego en la cocina.
Cuando volvió al asiento, todos aplaudieron por lo bien que lo había contado. Se acercó a Pelo, que seguía tumbado sin moverse en la mesa y le dijo, muy bajito: "Gracias". Y le volvió a poner en su zapato, pero esta vez asomando por el calcetín para que no se agobiase.
De vuelta a casa, Luchía iba muy contenta. Tenía un nuevo amigo que, además, le ayudaba en las tareas. Entró dando saltos a su casa, lo que mareó un poco al Hombre Pelo.
Ilustración: Cristina Llorente
No hay comentarios:
Publicar un comentario