Pelo y Gatoni estaban con Canesa, una investigadora, que vivía en Dinamarca. Había inventado una nave para viajar dentro del cuerpo humano.
"¿Os apetece hacer un viaje? ". Canesa no esperó a que respondiesen. "Poned vuestros pies descalzos en estos papeles". Ella hizo lo mismo.
En un segundo, eran del tamaño de una molécula. La nave, que antes no veían, les pareció gigante. Canesa les abrió la puerta de entrada. Cuando llegaron a la sala de mandos se puso a dar instrucciones con la voz. La nave parecía obedecerla. "¡Empieza fuerza de desplazamiento!. ¡Dirígete al cuerpo humano que esté más cerca!". La nave obedeció y, por las ventanas pudieron ver cómo se alejaban del laboratorio, salían a la calle y entraban por la nariz de una persona que paseaba. "¡Fascinante!", exclamó Pelo, que no salía de su asombro.
Gatoni, mientras, disfrutaba del viaje. Los animales saben que estas cosas pueden pasar. Saben que la magia, científica y no científica, existe.
Canesa seguía dándole órdenes a la nave. "¡Llévanos al pulmón!". Pasaron por un enorme tubo, una especie de túnel, y pronto estuvieron en el pulmón de la persona que paseaba, sin saber que tenía gente dentro mirándola. En el pulmón hacía viento huracanado, la respiración, que llevaba a la nave de un lado para otro. De pronto, la persona dueña del pulmón empezó a toser, y la nave volvió a salir por el tubo, por el que había entrado. Canesa le dio otra orden: "¡Al estómago! ¡Rápido!". La nave cambio de tubo y se dirigió al estómago. Un caramelo enorme, que se acababa de comer la persona, golpeó a la nave, que chocó contra las paredes del tubo. Menos mal que era elástica y no se rompía fácilmente.
En el estómago había muchas cosas mezcladas. Comida, dulces, agua, algún bichito extraño. Y un líquido de color raro lo deshacía todo. "¡Es la digestión de los alimentos!", les informó Canesa. Arrastrados por un torbellino, entraron en otro tubo, que daba vueltas. "¡Los intestinos!", dijo Pelo, que lo había visto en un libro.
Canesa dio la orden de salir de allí y entrar en la sangre, a través de las paredes de los intestinos. Pronto estaban rodeados de un líquido completamente rojo, aunque desde dentro parecía azul. No sabían por qué. Era un viaje en canoa por un río que se movía a empujones. "¡El latido del corazón!", les informó Gatoni, que algo sabía de esto.
Estuvieron un buen rato navegando por la sangre. En algunos sitios, recogía lo que no le valía de alimento a las células y lo llevaba hacia la salida del cuerpo. En otros había combate entre los defensores de la sangre y algún intruso que había llegado al cuerpo. Canesa les mostró un medicamento que había tomado la persona, dentro de la que estaban viajando. "¿Veis esas formas diferentes?. Son partículas del medicamento que están yendo a donde tienen que actuar. Yo quiero investigar cómo llevar partículas partículas del veneno de abeja, que son curativas, a zonas a las que es difícil llegar con los medicamentos".
La nave, en una de las vueltas, tropezó con un bulto enorme, que hacía difícil la circulación de la sangre. "¡Es un trombo!", exclamó Canesa, "podemos ayudar a que se deshaga". "¡Abrir rayos de energía solar almacenada!", ordenó a la nave. "¡Deshacer trombo!". Unas luces fueron hacia el tapón que impedía la buena circulación de la sangre. En un instante, se volvió a convertir en sangre líquida. La nave y la sangre pudieron pasar fácilmente por donde antes era muy complicado hacerlo. "Hasta ahora no habíamos tenido la oportunidad de usarlo con humanos", les comentó Canesa.
"¿Y por donde vamos a salir?", preguntó Pelo. "Vamos a los poros de la piel. Por esos agujeritos podremos salir sin problemas", dijo Canesa mientras daba la orden de dirigirse a los capilares, unos pequeños riachuelos de sangre que terminaban por debajo de la piel. Después de eso, empezaron a salir por un poro.
El mundo exterior parecía enorme. Canesa abrió la puerta de la nave. "¡Bajaos!, en unos minutos tendréis vuestro tamaño original". "¿Y la nave? ¿También crecerá?", preguntó Pelo, imaginándose el tamaño enorme que tendría y lo que pensaría la gente al verla en medio de la calle. "No, la nave se queda de ese tamaño y se vuelve sola al laboratorio. También puede volar sin piloto”.
Pelo, Canesa y Gatoni estaban en una calle llena de gente. Mejor esconderse hasta que crecieran. Podrían pisarles los transeúntes.
Ilustración: Violeta Pérez
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