A corta distancia, el Hombre Pelo, que acababa de salir de la colmena y despedir a su amiga Abeja, vio una especie de agujero que parecía servirle de refugio de la lluvia. Fue andando despacio hacia él, porque, cuando hay tormenta, no se puede correr. Los rayos persiguen a los que se mueven deprisa y les pueden matar.
Por fin llegó a la cueva. Parecía muy profunda y oscura. Con mucho cuidado fue entrando. Quedarse a la puerta tampoco era bueno. Los rayos también pueden entrar por ahí.
De pronto, vio que algo se movía sin hacer apenas ruido. Se paró en seco. ¿Qué era aquello?. Parecía una araña con sus largas patas. Sin dudarlo, Pelo le preguntó, "¿Quién eres?". La araña, pues efectivamente era una araña, alargó una de sus patas y rozó al Hombre Pelo. No parecía tener muchas ganas de hablar. En ese momento, una mosca entró por la puerta de la cueva, probablemente escapando también de la tormenta. En unos segundos quedó atrapada en la tela que la araña había puesto, precisamente para cazar moscas.
El primer impulso de Pelo fue acudir a ayudar a la mosca, que se retorcía entre los hilos pegajosos de la tela de la araña. Cuanto más intentaba escapar, más se enganchaba. La araña le lanzaba veneno y, finalmente, la mosca se quedó quieta. Pelo no podía hacer nada, excepto no llamar la atención. Fuera estaba la tormenta y en la cueva la araña, que no parecía tener muchas ganas de hablar amistosamente. Aunque, pensó Pelo, no me cae tan mal. Las moscas son muy pesadas y las arañas atrapan moscas. Pero le dio un poco de pena por la mosca ya muerta. Hace unos momentos podría haber sido él, el atrapado en la tela de la araña.
A medida que se fue adaptando a la oscuridad, empezó a ver que había más habitantes en esa cueva. Hormigas sobre todo. Y al fondo le pareció ver un bigote, que, si no recordaba mal, debía ser de un ratoncillo de campo, una musaraña.
No tardó mucho en comprobarlo. El ratoncillo salió un poco más y saludó al Hombre Pelo, "¡Hola!, soy Musi, ¿Quién eres tú?". "Ya estamos", pensó Pelo, "un ratón que habla".
"A mí me llaman Pelo, el Hombre Pelo". "¡Mola!", le respondió Musi, "¿y qué haces aquí?", "Protegerme de la tormenta". "Yo vivo aquí". Musi era más simpático que la araña, pero, a estas alturas, Pelo no se fiaba de todos los que parecían buenos y simpáticos. "¿Quieres comer algo conmigo?. Tengo unos granos de trigo almacenados al fondo. Son de la última cosecha y están riquísimos". Pelo no quería ser antipático, así que aceptó por lo menos ver esos granos. Musi se puso tan contenta, porque no era un ratoncillo, sino una ratoncilla. Quedó claro cuando, camino del granero aparecieron un montón de pequeños ratones que la llamaban mamá. "Quietos niños, no alborotéis que tenemos un invitado". "¿Dónde, dónde?" , preguntaban al no ver al Hombre Pelo que, como sabéis, al ser tan fino, era difícil de ver. "Soy yo", protestó Pelo. Los ratoncillos se acercaron a olerle. "Hueles muy bien. Un poco a queso". Pelo recordó su aventura en los zapatos de Luchía. Esperaba que no se le comiesen, pensando que el olor era a queso de verdad.
Al fondo se podía ver el almacén que Musi guardaba para pasar el invierno. Montones de granos de trigo por todas partes. Pelo no podía comer el trigo así, tan duro. No tenía los dientes tan afilados como los de los ratones. Pero Musi ya lo sabía, los ratones y sobre todo las ratonas son muy listos. Le ofreció un trozo de pan que habían cogido hacía unos días en una casa cercana. Pelo no podía rechazarlo. Le estaban dando lo mejor que tenían. Y uno de los pequeños hasta le trajo un poco de queso.
El pan con queso suele estar muy bueno, pero a Pelo le dio la sensación de que aquello no lo iba a estar tanto. Pensó decir que no tenía hambre. Pero no hizo falta. Unas cuantas hormigas se empezaron a llevar el queso y el pan en trocitos, aprovechando que Pelo se había sentado en un rincón y lo había puesto en el suelo.
Un ruido de agua empezó a oírse. "¡Al refugio, al refugio!", empezaron a gritar ratones y hormigas a la vez. Pelo les siguió sin pensarlo ni un minuto.
Ilustración: Violeta Pérez
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