Pelo llegó a un pueblo en el que quedaba una sola persona y un perro. Tenía mucha hambre y le dieron comida. Pero, de pronto, empezó a venir gente corriendo, los mismos que habían huido del pueblo por un huracán. Un oso les perseguía.
Tuffy se puso a ladrar ante tanto jaleo. La gente iba llegando al pueblo y se fueron metiendo en sus casas para protegerse del oso. Brunilda, la única mujer que se había quedado en el pueblo con su perro, fue a por la escopeta que tenía dentro de la casa. Pelo no sabía si esperar a comerse la sopa, que Brunilda le había servido, o esconderse debajo de la mesa. El oso podría con todos.
"¡Quieto ahí!" gritó Brunilda al oso, mientras le apuntaba con su escopeta.
El oso se paró en seco y empezó a hablar: "¡Por favor, señora, no dispare!". Brunilda había visto muchas cosas raras, pero a un oso hablando, nunca.
Para mayor sorpresa, el oso se quitó la cabeza. Debajo apareció un hombre que seguía gritando: "¡No dispare, soy una persona!".
Y se puso a explicarle: "Estas gentes vinieron a nuestro pueblo huyendo del huracán y querían meterse en nuestras casas. Como tengo este disfraz de oso con el que voy por las ferias, se me ocurrió que les podía asustar para que se fuesen. Y lo he conseguido". "Ya, pero por poco te mato", le respondió la mujer, aún con la escopeta en la mano.
La gente comenzó a salir de sus casas al ver al oso con cabeza de persona. Ahora querían lincharle por haberles asustado. Brunilda dirigió su escopeta hacia los que venían, y les dijo lo que le había dicho al oso-hombre, hacía unos minutos: "¡Quietos ahí, cobardes! ¡Dejad que este hombre vuelva a su pueblo, el que quisisteis asaltar!". El hombre-oso apenas acertó a decir gracias, se dio la vuelta y se volvió por donde había venido.
Junto a Brunilda, los vecinos pudieron ver cómo un plato de sopa flotaba en el aire. Ellos no sabían que era el Hombre Pelo, que sujetaba su plato, y empezaron a decir: "¡Brujería, brujería!". Brunilda volvió a levantar la escopeta: "Es mi amigo, Pelo, que es muy fino y casi no se le ve. Dejadle que coma en paz". La verdad es que, después de tantas sorpresas, a Pelo casi se le había quitado el hambre, pero no podía desperdiciar esa sopa tan rica.
"¡Puaj! ¿Qué es esto?" gritó Pelo, escupiendo algo oscuro con la sopa. "¡Una mosca! ¡Casi me como una mosca! ¡Qué asco!". La mosca se limpió la sopa como pudo y salió corriendo, porque no podía volar con las alas mojadas. Pelo dejó lo que quedaba de sopa en un lado, y se sentó en un asiento de piedra, que había junto al árbol. Todos se echaron a reír. Pelo, también.
Después de esto, el pueblo volvió a la normalidad. Los niños querían jugar con Pelo al escondite. Todos le proponían que fuese de su equipo porque, al ser casi invisible, ganaban siempre.
Pelo pasó unas semanas tranquilo, descansando en ese pueblo que le había acogido tan amablemente. Pero empezaba a aburrirse. Necesitaba aventuras.
Un día, a lo lejos, empezaron a verse unas nubes de polvo y lo que parecían unas carretas. "¡Los cómicos! ¡Los cómicos!", gritaban los niños. Pelo no sabía quienes eran los cómicos. Un niño del pueblo en el que estaba, le explicó que hacían teatro y juegos malabares, y que eran muy divertidos. Su llegada siempre hacía que el pueblo se revolucionase. Solían venir después de la cosecha. Así siempre les daban, al menos, algo para comer. Y, a veces, hasta algo de dinero.
Sus carretas pintadas de colores llamaron la atención de Pelo. ¿Cómo sería eso del teatro y los juegos malabares?. Los hombres no paraban de hacer ejercicios, vestidos con unos trajes muy exóticos, que decían haber comprado en un lejano país llamado India. Y las mujeres, todas bellísimas, también llevaban unos trajes que las hacían aún más bellas. Realizaban unos movimientos increíbles. Pelo no pudo evitar acordarse de su amada. ¿Dónde estaría ahora?. ¡Cómo le gustaría compartir estos momentos con ella!, pensó suspirando.
Ilustración: Cristina Llorente
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